McCullers tenía un don para captar complejidades emocionales y psicológicas, dotando a sus protagonistas de grandes dosis de humanidad y vulnerabilidad. En su novela más conocida, «El corazón es un cazador solitario», McCullers crea un mosaico de personajes que luchan contra el aislamiento y la incomprensión en una pequeña ciudad del sur de Estados Unidos.

Pero no sólo detallaba las tribulaciones personales de sus personajes, sino que también ponía de relieve las injusticias estructurales (raciales, de clase…) que contribuían a su marginación.

Lo que le había dicho Alice era cierto: le gustaban los anormales. Experimentaba un sentimiento amistoso especial hacia las personas enfermas y los tullidos. Siempre que entraba en el local alguien con labio leporino o aspecto tuberculoso, le invitaba a una cerveza.

O si el cliente era un jorobado o un lisiado grave, entonces lo que le ofrecía era whisky. Había un individuo al que la explosión de una caldera le había volado el pene y la pierna izquierda; pues bien, siempre que venía a la ciudad, el buen hombre tenía una pinta de licor gratis esperándole.

«El corazón es un cazador solitario», Carson McCullers, 1940.

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