Poco después de que una anciana solitaria y discapacitada de nombre Gita Lenz fuese trasladada a una residencia, su vecino, el fotógrafo y curador Gordon Stettinius, encontró unos negativos que ella había guardado (y olvidado) en cajas. Impresionado por la calidad del material, Stettinius decide restaurarlo y organizar una gran exposición retrospectiva en 2010, además de publicar un libro conmemorativo. Lenz falleció un año después, a los 100 años, con el consuelo de haber recuperado el prestigio negado por su condición de mujer trabajadora.
Una de los momentos más gratificantes fue sentarme junto a Gita y revisar sus fotografías. Observé el impacto que las imágenes causaban en ella, tantos años después. Sigue siendo una historia muy enigmática, puesto que la memoria deteriorada de Gita había ya oscurecido muchos detalles de su vida y carrera.
Gordon Stettinius

Gita Lenz (1910-2011) fue una fotógrafa neoyorkina, procedente de una familia de inmigrantes judíos de clase obrera. Comenzó ganándose la vida en trabajos administrativos, pero en la década de 1940, su curiosidad intelectual la impulsó a fotografiar la vida urbana de Nueva York.
Consigue entablar comunicación con Aaron Siskind, quien la introduce en la fotografía artística y a la Photo League. Su trabajo de esta etapa se caracteriza por mostrar una clara empatía hacia la gente común, capturando escenas de la vida callejera, los niños y los barrios obreros. Pronto obtiene un merecido (aunque pasajero) reconocimiento y llega a exponer en el Museum of Modern Art (MoMA) en 1951, junto a figuras consagradas como Edward Weston o Harry Callahan.
En pleno histerismo reaccionario macartista de 1951, la Photo League fue acusada de comunista y finalmente disuelta. Lenz canalizó esa pérdida de propósito colectivo hacia una introspección existencial, simbólica y melancólica, cercana al espíritu surrealista.
De esta forma, su Nueva York de los 50 se torna en un escenario fragmentado y espectral. Su estilo experimentó un giro hacia la abstracción, capturando formas, reflejos, sombras y texturas. No es un “surrealismo de taller” (como el de Man Ray o Dora Maar), sino algo más intuitivo, una deriva poética hacia lo inquietante dentro de lo cotidiano.
A esta última etapa la sigue un largo periodo de dificultades económicas. Frustrada por la falta de reconocimiento (especialmente frente a sus colegas varones), decide abandonar la fotografía profesional y no exhibir más su obra. Desde ese momento, vive sola en su pequeño apartamento de Manhattan, en el más completo anonimato.
Por fortuna, su legado ha sido restaurado, y su estatus consolidado dentro del modernismo fotográfico estadounidense, a caballo entre el realismo y la abstracción expresionista. Además, su trayectoria marginal evoca a tantas otras mujeres artistas del siglo XX, cuyo talento también fue injustamente relegado al olvido.












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